Bialik, poeta nacional

Especial para Judaica

Por: Alberto Hazan

Es esta una expresión de la que se hace un uso (y hasta un abuso) tan amplio que es necesario determinar con exactitud su alcance. Poeta nacional es aquel cuyo lirismo expresa los dolores y anhelos de un pueblo, pero los dolores y anhelos del día. Y no es la suya una expresión de alta calidad que sería un goce para la “élite” y un enigma para las masas, sino una expresión verbosa y algo enfática, de colorido violento y algo basto, que sería más bien desdeñada por la “élite” y aplaudida por las masas. Borrado el dolor, colmado el anhelo, el poema enfático y basto que les dio expresión nos podrá aparecer como esos adornos de noche de fiesta a la mañana siguiente: algo que sirvió y que tal vez no servirá y cuya exageración hace sonreír. No es necesario, pues, que en las vibraciones del poeta nacional reconozcan los hombres de todas las razas y de todos los tiempos vibraciones de su alma; importa sólo que los connacionales contemporáneos reconozcan en ellas sus dolores de cada día, sus anhelos de cada instante. El poeta nacional es el vate de algún exclusivismo nacional.

Lo nacional hebreo

Esta definición exige rectificaciones importantes tratándose de un hebreo, porque lo nacional en Israel es apolítico y se desenvuelve enteramente en las regiones más altas de la conciencia. Intentemos otra definición: lo nacional hebreo consiste en la solidaridad con todo hebreo perseguido, perseguido como lo es en Alemania porque tiene nariz curva, la nariz de San Pablo. Es un deber de hombre y una obligación de judío, o según las palabras de San Pablo, del judío primeramente y también del griego. (Romanos 2-9). Consiste también en el apego a una sinagoga antigua de 27 signos, y obligado a la eternidad porque en ella ha sido elaborado lo divino, y porque lo divino en ella, evolutivo por esencia, nunca cae en cristalizaciones irrevocables. Es un deber de judío sí, pero también del hombre que el judío encierra, es decir del judío y del griego. Consiste además en el afán dos veces milenario de reconstruir la Palestina hebrea para que sirva de refugio a errantes acongojados cuya amargura y desconfianza nadie les puede reprochar ni discutir. Y en apurar esta reconstrucción, para que sea irrevocable el renacimiento actual del hebraísmo clásico, estudiado y comentado fuera de toda imposición dogmática, lo que podría ser tan importante para la civilización como lo fue la vuelta al helenismo en los siglos XV y XVI. Deber de hombre y obligación de judío, es decir, del judío primeramente y también del griego.

Bialik, poeta nacional hebreo

Bialik es un poeta nacional hebreo porque ha sido el vate de este exclusivismo nacional, de estos dolores y de estos anhelos. Pero, como son dolores y anhelos milenarios y no de una época, y hieren y exaltan al hombre que encierra el judío y no sólo al judío: como esos quejidos y esos gritos de esperanza arrancan del barro humano, él es no sólo el poeta de una época y de una raza, sino también un poeta de todas las almas en todos los lugares y en todos los tiempos. Y su expresión dirigida a las masas no es basta, porque el culto del hebreo es característico de las masas judías y éstas se han distinguido siempre por una elevada intelectualidad. Bialik es, al contrario, el exponente máximo del lirismo hebreo post-bíblico, porque no hay judío con algunas letras hebreas que vacile un instante entre él y Rabi Iehuda Halevy. Desde los últimos Salmos de la época macabea, jamás se había oído un canto tan puro. Verso denso y tendido, retórico a menudo pero vehemente, y nunca verboso, equilibrio sostenido de la inflexión en elegías jamás lloronas y que nunca languidecen, acierto en la expresión que a veces cae en los abismos del alma, despertando rumores eternos, y sobre todo, esa presencia divina en cada poema, presencia con la que hace la dilatación constante de lo nacional en lo humano, características todas estas de los grandes clásicos hebreos. Las definiciones están hechas; trataré ahora de mostrar con cintas de su obra (a la fuerza escasas y brevísimas) al poeta nacional hebreo, tal como ha sido definido. Esta obra tiene otros aspectos importantes cuyo estudio será hecho por otros.

El canto de la miseria

En uno de sus poemas, Bialik nos ha confiado la fuente de su canto: ¿Y de dónde viene mi gemido, lo sabes? Mi madre enviudó, sus hijos quedaron huérfanos. Todas las fuentes del sustento se han cerrado. Con el canto del gallo se levanta ella para preparar el pan de sus chicos, el pan que todos los días gana en la servidumbre: Enlodada en la sangre de su corazón, sudada en la hiel o pelea en la calle como un hombre, con la ira de sus entrañas en los labios: ¡Ay del corazón materno que se pudre en la cólera, Del aliento de tu boca que estalla en maldición! El niño se hace el dormido, pero no pierde uno solo de sus gestos, uno solo de sus gemidos: Señor del mundo, anímame, sostiéneme. ¿Qué es mi fuerza, qué es mi vida, si sólo soy una mujer? y le queda esta convicción: Y mi corazón me dice, y yo sé. Que cayó en la masa una lágrima de sus ojos. Y tragué, y me entró en los huesos su gemido. “Lehem atzamin”, según la antigua expresión hebrea, pan de ansias que nutre la carne para hacer de ella el sitio de todas las amarguras. Rothschild no podría decir lo mismo de sus niñez y el antisemita sonríe. Pero judíos y sólo judíos saben que esa miseria en Israel, es nacional, porque son nacionales la privación de derechos comunes, las andanzas por un mundo hostil: No tenemos ni un lugar seguro. Al que podamos atar nuestra alma. Y las matanzas: Levántate y ve a la ciudad de la matanza, y entrarás en los patios. Y con tus ojos verás y con tus manos palparás, sobre las medianeras, Sobre los árboles y sobre las piedras, sobre los revoques de las paredes, La sangre cuajada y el seso endurecido de los matados.

Hagamos en esa miseria la parte de la exagerada intelectualidad del judío y de la calidad excepcional de nervios que sobresaltos y castigos afiebran. Mientras la fecundidad de la mujer, que la religión prohíbe refrenar, multiplica las bocas hambrientas, y siete chicos Todos hambrientos, algunos dormidos Alrededor de la mesa… el padre, irremediablemente entusiasta y sobresaltado, deja que el sueño y la fantasía inutilicen su acción por el desorden y los disparates, a menos que la invencible atracción de la vida religiosa y del eterno estudio talmúdico, detengan esa acción con meditaciones ajenas a los negocios, quedando el cuidado de esos a cargo de la Providencia. En hora buena y exitosa, Abriré un almacén grande. En nuestra ciudad pequeña. Almacén para el nombre y para la gloria, Lo que se dice un almacén; Y entonces no me faltará Más que suerte, éxito Y algunas piedras del cielo. Ninguno de los nombrados alude a la cita, y el pietista soñador o el talmudista empedernido revienta de aprieto en la tenducha. ¿Y por qué tanto? Porque es enfermo, y eso también es nacional. Es enfermo, como es judío: de padre a hijo. La opresión y su compañera, la miseria, le han creado una salud: Hace tiempo que siento unos pinchazos Como pinchazos de aguja, Del lado izquierdo, Como un bicho glotón, Que chupa allí, que chupa. Responsable es también la fuerte individualidad del judío, y ese celo de su dignidad de hombre libre que le hace preferir el hambre al empleo, celo que a nuestros mendigos les hace reclamar la limosna con la serenidad de un percibidor de impuestos o con la cólera verbosa en su sencillez y que, por el contraste brusco con el dulce humor y la tierna resignación de todo el poema, parece de un salto salvar la distancia y tocar el cielo: Que venga mi sustento, Sea él amargo como la aceituna. Sólo de tus manos, así sea,

Sólo de tus manos, padre piadoso! Y esa viudez, esa orfandad, ese pan de ansias, esos gemidos de madre, ese temor constante de un mañana trágico, son para el niño que se hace el dormido el preludio de sus desesperaciones futuras: Como un día largo y vacío, vidas sin objeto te profetizaron. La araña en tu corazón tejió sueño malo, Oprobio, miseria, lodo inacabable, aprietos inauditos, Y te mostraron tinieblas eternas prendidas de tu cielo. Y no es este el ansia de un niño, el recuerdo de un hombre, sino el barro horrible del que surgen generaciones. EL PROFETA Esos recuerdos no son del gusto de todos. Unos por pudor nada digno, otros por un impudor menos digno aún, dicen: Es el pasado, debemos olvidarlo. ¿Y por qué olvidar? Perdonar sí, olvidar no. Hay un facies judío que sirve todos los días para ilustrar chistes. Quienes no saben o no quieren saber, ven en él sólo fealdad; nosotros sabemos y vemos en él sólo dolor; carne esculpida en tormentas pasadas. Nos piden cuentas del dolor; hemos perdonado hasta a quienes no nos perdonan. Pero el olvido, cuando de este barro surgen aun hoy generaciones hermanas, sería una indignidad que nos haría caer bajo la imprecación de Bialik: Y maldito el pecador que sabe Escapar a la desgracia y renegar en la hora del aprieto. El recuerdo aquí es deber de hombre, y en el judío este recuerdo debe ser generador de piedad activa: Una piedad grande como el mar, misericordias abundantes a la par Del dolor de su pobre pueblo y del peso de su yugo. Hoy aún la condición de judío obliga a un heroísmo de todos los instantes. Pero no somos mejores que otros, heroicos son sólo algunos. Por esto, esta condición lleva a muchos al olvido o al desprecio de su conciencia: Y en el tumulto de un pueblo vano, en torno a los dioses de oro Se tapa la voz de Dios, se hunde su trueno poderoso. Y las cobardías cómodas:

No despertará si no lo despierta el látigo. No se levantará si no lo levanta el asalto. Bialik no vacila en sacudir su látigo sobre aquellos que viven en tierras de pogróm: Señor del mundo, haz un milagro y que la desgracia no me alcance grito del judío que, mientras matan, se esconde para no morir. No escapan ni aquéllos que pudieron escapar a la matanza, hundidos más que antes en la cobardía y el llanto: Y apelaréis a las virtudes de las naciones, implorareis la misericordia de los pueblos, Y así como tendíais la mano, la seguiréis tendiendo; como pedisteis limosna, seguiréis pidiendo. No perdona ni a aquellos que han dejado mujeres y niños en la matanza; los persigue hasta en el templo para reírse del mea culpa ritual (Aschamnu) que los judíos elevan al cielo después del cataclismo: Todos derraman lágrimas, aúllan lamentaciones, Se tamborilean el corazón y confiesan sus pecados Diciendo: Pecamos, renegamos. Y su corazón desmiente sus labios. ¿Y por qué entonces me suplican? Háblales y que truenen, que levanten el puño contra mí y me pidan cuentas de tu oprobio, Oprobio de siglos, del principio hasta hoy Y que estallen, los cielos y mi trono, ante sus puños. Y cuando oigas el rezo litúrgico de los días de matanza: Haz por los degollados. Haz por nuestras criaturas. no te hundas también tú en el llanto; Y cuando tu grito esté por estallar; te lo haré morir entre los dientes. Que ellos profanen su desgracia, tú no la profanarás. Desgracia para siglos, desgracia que no habrá tenido su elegía Y tu lágrima la detendrás, lágrima no vertida. Alimentarás en ti “una ira hasta la muerte”, “un odio hasta el infierno”, ira y odio “como una serpiente”. Que echarás el día de la acción, sobre el pueblo de

tus cóleras y de tus piedades. Ninguna alusión a los asesinos; por primera vez en Israel, la indignidad del atropello alcanza a la víctima que lo tolera. Y ya que entró al Templo, Dios mismo será traído a juicio, como en Job: Y la Schehina ¿qué dice? Ella agacha su cabeza en las nubes Y huye de tanto dolor y tanta vergüenza. Pero el sarcasmo da persigue: Perdonadme, miserables eternos, vuestro Dios es pobre como vosotros, Pobre en vida vuestra, cuanto más en vuestra muerte. Y cuando vengáis mañana por vuestra paga y batáis a mi puerta, Os abriré diciendo: Venid y ved, soy un Dios venido a menos. ¡Cuánto sufro por vosotros, hijos míos! Mi corazón gime sobre vosotros, Vuestros muertos, muertos por nada, por quién y por qué habéis muerto.

El Dios de Israel

No es una profanación; el Dios de Israel es un Dios de justicia y se presta a estos juegos. A lo largo de toda la literatura profética, El invita a los hombres a la discusión (Bou venivaheha) con el deseo humano de perder para aliviar la congoja de los hombres. Sería un error lamentable ver en estas palabras una sombra de ateísmo. Es un problema desconocido en Israel (se entiende del Israel formado en las letras hebreas), por la falta absoluta de postulatum dogmático que imponga lo absurdo y haga cundir el escándalo en las conciencias. “Si sois mis testigos, yo soy Dios, y si no sois mis testigos, es como si no fuera Dios”, dice un comentario rabínico. Dios es lo que los hombres dicen que es; y esos hombres, si son judíos, están autorizados a discutir entre ellos sobre lo que El es, hasta la consumación de los siglos. El Dios hebreo, por su complacencia a la conversación directa y su consentimiento a los comentarios más atrevidos de su esencia y de su doctrina, es sencillo y familiar y se codea con los judíos en los templos. Pero hemos empezado a erigir templos a los que El, tal vez, no va, contentándose con oír las plegarias desde el cielo. Es

una de las cuestiones más delicadas del judaísmo actual y que muchos judíos no sospechan. En estos templos nuevos se ha suprimido la academia, el comentario libre de la doctrina, la conversación directa con Dios sobre otros temas que el del pan diario. En una palabra, son templos y no “midraschim”. El “midrasch” antiguo de hace 27 siglos, la casa donde se elaboró y se discutió el cristianismo preevangélico, no parece solidario con las barbas largas y con las discusiones exclusivamente rituales. Y si esto nos parece así, es que sufrimos de una miseria pero que la descripta más arriba, la miseria del Midrasch, miseria del alma: Muros del Midrasch, paredes del santuario, Escondrijo de un espíritu fuerte, abrigo de un pueblo eterno, ¿Por qué estáis silenciosos y como desesperados? …………………………………………………………………………………… la cabeza agachada como un pobre, Y asolada como tú, me paro en tu umbral; ¿He de llorar sobre tu ruina, o llorará sobre la mía, O sobre las dos a la vez derramaré las lagrimas y alzaré mi elegía? Ni sobre una, ni sobre la otra; ha vuelto el Midrasch y no volverá a salir. Hay allí un hechizo, una presencia divina que lo envuelve y lo encierra: ¿Quién ha escondido los hechizos en los rollos viejos? Quién ha dado la fuerzo a dichos enmohecidos De sacar llamas de corazones de cadáveres Y arrancar lágrimas a ojos oscurecidos?

Camino de vida

¿Y por qué se ha ido entonces? ¿Por qué ha abandonado al viejo Israel sentado en el Midrasch, y esa presencia divina escondida en los rollos? Recordemos la expresión audaz citada más arriba: Soy un Dios venido a menos. Si lo divino es la proyección en lo más alto de lo mejor de nosotros mismos, “kiviahol”, cuando nosotros venimos espiritualmente a menos, lo divino viene a menos también. Este Midrasch, esta casa de Israel y de su Dios, es una cueva donde los dos viven agachados y sin posibilidad de evolución, de vuelo: Échenme el grito de libertad y agradaré mi nombre Agrandaré mis obras, levantaré mis ruinas.

Las alas están: falta el espacio; en el viejo Israel momificado, el resorte existe, falta desentrañarlo y hacerlo jugar: ……………….cuán fuerte es el grano, cuán sana la semilla escondida en vuestra herencia maldita, cuan abundante la bendición que nos hubiera traído si un rayo de luz hubiera dado de su calor. ¡Qué numerosas las espigas que son alegría hubiéramos cosechado, si sobre vosotros hubiera soplado un viento benéfico, que limpiara el “camino de la Ley” que hemos abandonado y nos abriera una senda de vida hasta el Midrasch! Esa senda de vida, algunos creyeron hallarla en el templo moderno, cuyas pompas imitadas de otros templos, acarician la epidermis sin conmover el alma. Tonterías indiferentes al hombre y al judío. La ruina del Midrasch no está en la ruina de sus paredes, sino en el agachamiento de su espíritu, y la senda de vida es aquella que lleva al ambiente de vida donde el alma, arrancando de una tierra materna, puede dilatarse hasta los cielos: Es un quejido sordo; ¿será un súplica pura que se derrite allí? La desesperación de un alma abatida, cautiva de las tinieblas, embargada de aspiraciones Y que, encogida en su nostalgia, reza: Vida, Vida, ¿O es una elegía secreta y tesoros de lágrimas Sobre la ruina de algún país abundante en maravillas?… El ambiente de vida existe y una nostalgia tenaz sabe ubicarlo; la senda está, pues, trazada. Falta apreciar la inspiración para que el resorte entre el juego y el cuerpo tome vuelo. En aquellos tiempos, algunos valientes habían ido ya de vanguardia a la tierra de los padres, y Bialik, proféticamente, les anima en su dedicación y en sus sacrificios: Hasta que oigamos de las cabeceras de los montes, Tronadoras, las voces de Dios que llaman: ¡Subid! No se trata aquí de que todos los judíos “suban”; se trata de que todo lo judío sea reintegrado a la tierra materna, el ambiente de sus libertades, al cielo de su inspiración. Si lo judío no es la expresión completa de lo divino como lo profesamos, es por los menos la expresión de uno de sus aspectos; ¿y quién negará que esto no debe desaparecer? No basta con que los libros queden; los libros llegan a no ser más que una curiosidad literaria; los hombres sólo enseñan por el ejemplo: “Hay, hay, hu yodeka” (Isaías 38-19): Quién vive, quien vive, es quien te afirma.