Jaime Najman Bialik

Especial para Judaica

Por: R. Rilov

Jaime Najman Bialik, la figura máxima de nuestra literatura nacional, es uno de los pocos poetas que ha merecido el grandioso monumento que puede erigírsele a un poeta: el amor y la admiración de su pueblo cuando este poeta se halla todavía en la plenitud de su poder creador. Después de Geothe, es Bialik el único poeta de la edad moderna que ha merecido escuchar en vida los elogios y las alabanzas de las generaciones.

Vemos en Bialik a la personalidad espiritual e histórica más poderosa, la encarnación de la tradición hebrea viva. Ha sido el factor cultural más potente de nuestra vida nacional. El espíritu de los profetas flota sobre su obra. La poesía ampulosa y el ímpetu de Isaías, el dolor, la iracundia y el vigor de la expresión de Jeremías, la imaginación rebosante del dolor de Exequias, la naturalidad de Amós y el sentimiento irritado de Habacuc, todo eso se percibe claramente en sus versos.

Los poemas de Bialik tienen la rara particularidad de expresar el estado de ánimo del pueblo no sólo de nuestros días, sino de muchas generaciones. Su dolor, su cántico y su manera de juzgar el mundo son enteramente originales, no han sido prestados de nadie, ni imitan a nadie. Esto nos permite afirmar que nos encontramos en presencia de un talento genial que extrae su savia creadora más de sí mismo que del ambiente que lo rodea. De ahí que encontremos en Bialik esa originalidad que es difícil de hallar en otros.

La poesía hebraica ha tenido muchos representantes de gran talento, pero el título de “poeta nacional” lo han merecido uno solo: Bialik.

Ningún poeta ha merecido que sus producciones sean tan leídas y cantadas por los niños judíos como las de Bialik, creador clásico de la literatura infantil hebraica.

Bialik es el poeta hebreo máximo de nuestros días, por el fondo de sus poemas como por su forma. La antigua literatura alcanzó su perfección por el hecho de ser generalmente lírica. Los cánticos de los Salmos, las Lamentaciones de Jeremías y la amarga protesta de Job se distinguen particularmente por su elemento hondamente lírico.

Bialik es, en los tiempos modernos, el poeta lírico por excelencia. Los motivos esenciales de su obra poética son los poemas del galuth, de la restauración, de la naturaleza, de los pogróms, del invierno, los de acento profético, de amor y los motivos populares y los individuales. Cada período de su labor se cierra con un poema admirable.

El ciclo de su s poesías nacionales lo clausura con el maravilloso poema lírico “Hamatmid”; los “Cantos de la luz” y los “Cantos del invierno”, con el poema plástico “La bendición”; las canciones amorosas, con el conocido poema “Megilath Aeisch”; los cantos del pogróm, con el poema que encierra más sentimientos de vida y de odio que imágenes y colores, “En la ciudad de la matanza”; los cantos proféticos, con el poema “Los muertos del desierto”. Sin embargo, la cronología de las poesías de Bialik ofrece a menudo extrañas sorpresas.

El mismo año que compuso “En la matanza” escribió, en la misma ciudad de Kischiñew, un mes después, su poema nacional “Nación servil”. Más tarde escribe, primero en hebreo y luego en idisch, “En la ciudad de la matanza”, y ese mismo año compone su poema plástico “La bendición”, para volver a tejer y entrelazar con haces de luz, sus “Canciones de amor” y las “Canciones de invierno”.

Cabe preguntar: ¿cómo es posible que un poeta vea y viva simultáneamente los horrendos acontecimientos que acaecen en “La ciudad de la matanza”, los relate de un modo tan horripilante y cruel y al mismo tiempo entone con hondo sentimiento nostálgico su canción amorosa “¿Dónde estás?”. Es un misterio. Ni los horrores de los pogróms han podido emponzoñar el alma sensible del admirable poeta lírico, capaz de producir al mismo tiempo obras de forma tan variada y de contenido tan diverso.

Cuando Bialik se siente solitario y canta sus sentidos y tristes “Poemas a la soledad”, su palabra es mesurada y sencilla; su voz es cordial, suave, delicada, dulce y reposada; en cambio, cuando se siente en el papel de intérprete de la colectividad, cuando sabe que detrás de él está la masa, entonces su lenguaje es expresivo, duro; su voz, fuerte, poderosa, y martillando con su palabra, avanza delante del pueblo.

Y Bialik, en verdad, ha sido, en nuestra época, no sólo el vocero de la colectividad, el intérprete del pueblo judío, sino también y principalmente, el cantor de su generación.

En toda generación ha habido siempre un gran poeta que ha absorbido, que ha comprendido en sí a todos los poetas de su tiempo, un bardo que ha reflejado todo lo que produjo la poesía hebraica y que se ha convertido por eso en el poeta de su generación. También nuestra generación ha merecido que el poeta salido del alma popular, de su esencia y de su fondo, afuera, en nuestros días y en la poesía hebrea, el poeta de su generación. Por eso el poeta nacional Bialik es de hecho el continuador de nuestra poesía profética; el profeta central es Isaías, símbolo y alma de la Biblia. En nuestras oraciones, , agadás y Midraschim ocupa el punto céntrico de la leyenda, la agadá. El símbolo del período arábigo-sefardita es Rabí Iehuda Halevi, quien llegó a ser la síntesis de toda la poesía hebraica para muchas generaciones. Y lo mismo ocurre ahora con Bialik.

En nuestra época es Bialik el centro y la síntesis de toda la poesía hebrea creada hasta el presente. Y sin hablar de su poderoso estro poético, que sobrepasa al de los demás bardos contemporáneos, él se, en lo tocante al lenguaje, el primer creador genial del moderno idioma hebreo.

El y sólo él ha forjado la expresión poética de nuestra época y se ha convertido en el maestro del moderno estilo hebreo, en prosa y en verso. Él fue el director de la literatura en todas sus fases, de la bíblica y talmúdica, de la Halaja y de la Agadá. Bialik ha creado el estilo hebraico no solamente para su generación, sino también para las generaciones sucesivas.

Bialik ha sintetizado el estilo de la Biblia con el de la Halaja y de la Agadá en una sola bella armonía, que tiene su igual. Sólo en el estilo de Bialik hallamos una fusión y una síntesis tan perfecta y armónica de todos los elementos y fundamentos idiomáticos que existen en la lengua hebraica de la Biblia, de la Agadá y de las últimas generaciones. Este estilo absorbe todas las innovaciones de Abramovich, de Frischman, de Chernijovsky y de Schneur. Y nadie de nuestra generación puede librarse de la influencia de su expresión radiante y concentrada. El es el maestro del estilo hebreo para toda nuestra generación y para las generaciones ulteriores.

En 1892, al cumplir 19 años, el mismo año que muriera Iehuda Leib Gordon, escribió Bialik su primera y famosa poesía “El hatzipor”, publicada en la antología hebrea “Pardes”, dirigida pro Rabnitzky. Era joven, rebosaba de energía, se sentía pletórico de fuerza creadora. Hombre de sentimientos sanos, acababa de llegar de las regiones que conducen desde el pueblecillo minúsculo hasta la célebre “yeschiva” de Wolozhin. La primera infancia de Bialik transcurrió en una atmósfera pura y libre, en una pequeña aldea cristiana, en las cercanías de los densos bosques de Wohlinia. La vida en la aldea, en medio de la campiña, de bosques y de ríos, lo acercaron a la naturaleza. Empero, la casa en que había nacido –donde la miseria se hacía sentir en forma extrema- perturbó, al parecer, la integridad de su alma. Desde su juventud conoció la pobreza. Su corazón albergó, desde una edad temprana, la tristeza. Perdió a su padre temprano; pero su madre, enviudada, no perdió su dignidad y no se puso a mendigar. Desde sus primeros había visto Bialik cómo su madre gastaba en el mercado sus fuerzas, su sangre y su corazón, y cómo regresaba a la casa, semidesfallecida, y cada centavo que traía parecía maldito, bañado por la sangre de su corazón y por su hiel.

En todas sus poesías del Cautiverio y de la soledad se percibe claramente la triste voz del poeta, siempre habla de su orfandad y de la viudez, de su miseria y perdición. En uno de sus poemas se le aparece la musa bajo la figura de su madre, pobre, triste y amargada. Toda su vida no es más que una sucesión de penurias, de vergüenza y de malos sueños. Ambula siempre con ojos tristes y con el corazón destrozado. Y cuando tenía el corazón apesadumbrado y en torno de él reinaba la oscuridad, agragábanse a ello “el canto de grillo desde las grietas de la pared”. En torno suyo sólo veía el hambre, la miseria, los pedigüeños, los mendigos, etc., y entonces brotaban de su corazón estas estrofas:

“¡Llevadme, hermanos, en vuestra compañía!

Juntos nos pudriremos, hasta enmohecer del todo”

No pudo librarse de sus lágrimas, que lo ahogan constantemente. De todos sus consuelos no le han quedado más que tristes recuerdos y lágrimas. Sólo entrevé tinieblas, dolores y llantos.

En su poema “Carta breve” habla de sí y alude al pueblo y llora, cantando:

“Y yo, tu hermano, me he entumecido aquí de frío, y ando errante como un perro por un país desolado, ahuyentado con palos, alimentado con migajas, abandonado y olvidado con el corazón y por Dios”.

Ni para él ni para el pueblo existe esperanza alguna en el galuth. Mas el poeta no se extravía en la desesperación. Vislumbra la solución para su pueblo en el retorno a su tierra propia y en la labranza de su suelo.

Publicación mensual “JUDAICA”

Director: Salomón Resnick

BuenosAires, JULIO 1934

Nº 13