A la hora del crepúsculo
A la hora del crepúsculo ven hacia la ventana y reclínate sobre mi.
Rodea amorosamente mi cuello, pon tu cabeza sobre la mia, y así, a mi vera, permanece.
Dulcemente abrazados, en silencio, hacia la maravillosa luz, levantaremos nuestros ojos;
Y soltaremos libremente a la faz de los cielos luminosos
todas las ansias de nuestro corazón.
Se remontarán hacia lo alto, con presto volar, como palomas; en la lejanía, como perdiéndose, se celarán,
Y hacia las colinas de púrpura, las islas por la luz doradas, con vuelo remansado bajarán.
Ellas son las islas remotas, los mundos superiores, que en nuestros sueños contemplamos.
Las cuales nos convirtieron en peregrinos bajo todos los cielos e hicieron de nuestra vida un infierno.
Ellas son las islas de oro, por las cuales ansiamos como por la tierra patria,
Por la que todas las estrellas de la noche envían sus guiños con su rayo de luz parpadeante.
Por ellas hemos quedado como tallos en tierra árida,
sin amigos ni compañía;
Como dos errantes, en perenne errabundez, sobre la faz de una tierra extraña.
(Extraída de: Millás Villacrosa (traductor y compilador), Poesía Hebraica Postbíblica, Barcelona, 1953, José Janés Editor)