En el umbral de Bet Ha Midrash

Por: Jaim Najman Bialik

¡Oh templo de mis mocedades! ¡Oh mi vieja escuela sinagogal!

Heme aquí por segunda vez al socaire de tu umbral apolillado;
de nuevo contemplo tus muros, desconchados, que se deshacen como humo;
diviso tu sucio patio, tus plafones ennegrecidos de hollín.

Te has arruinado doblemente sin que haya quien te visite.

La grama ha tapizado tus viales, y tus senderos desaparecieron bajo el césped;
las telarañas muévanse temblando en tus bóvedas,
entre tus dedos cuarteados, revolotean, croando, los cuervos,
piedra tras piedra te vas deshaciendo y esportillando,
tus pilares se tambalean. Permaneces en pie, de milagro.

Echada en tierra yace el arca sin los rollos de la Ley,
los viejos pergaminos se están pudriendo en unas jarras;
a través de tus portillos se infiltran tristes rayos de luz,
todo llora en su interior, todo gime de una a otra esquina.

¡Muros de la escuela sinagogal! ¡Paredes que fuisteis sagradas!

¡Refugio de un espíritu perenne, abrigo de un pueblo antiguo!

¿Por qué permanecéis silenciosos y desesperados?
como proyectando unas sombras tristes, unas sombras de espanto?

¿Acaso el Señor se ha retirado para siempre de vuestras ruinas
y permaneceréis sepultados en vuestro polvo sin que Él ya os visite?

Como enlutados, silenciosamente os plañís,
y en vuestro dolor sombríamente os desoláis.

¿Acaso os acordáis, como yo, de los días que pasaron?

¿Es que os regocijáis por los hijos que os han abandonado?

¿Acaso no preguntaríais por aquellos que se han ausentado lejos?

Heme aquí ahora de vuelta del valle do hubo la refriega;
me ha escapado para contaros cómo se esforzaron nuestros luchadores.

Luchamos como valientes, pero fuimos batidos en retirada,
y por ello, yo, huérfano, desamparado, uno de vuestros rapaces,
enfermo y avergonzado me encuentro de nuevo ante vosotros.

De nuevo, oh mi querido templo, abatido, menesteroso,

Como tú desolado, permanezco ante el umbral.

¿He de llorar por tu ruina o mejor por la mía lloraré,
o quizás por ambas he de llorar juntamente y lamentarme?

¡Ay! Tu nido está abandonado, tus pichones volaron y se fueron,
desaparecieron como sombras entre los altos árboles…

Muchos permanecieron entre los agudos roquizales,
mientras otros van errantes a través de los campos.

¿Acaso morirán con la muerte de los justos? ¿O bien se acomodarán
a unas condiciones sin honor y del todo te olvidarán?

No he recogido mieles a lo lago de mi camino incierto,
desde que el espíritu maligno me indujo a abandonarte,
perdí la gracia del Señor, todo mi mundo se derrumbó,
las aguas amenazaban mi vida…

Pero tú, oh templo, no me enviaste vacío, de junto a tu sombra tranquila;
tus ángeles piadosos me custodiaron por el camino,
comunicándome pensamientos fecundos, ideas luminosas,
corazón firme en el momento en que flaqueaban las rodillas.

Aunque mi enemigo ha prevalecido contra mí y con sus armas me ha abatido,

Yo he salvado a mi D´s, y mi D´s me ha salvado.

Yo me dije: Estoy cansado de recibir, en pago de mi amor,
dardos de enemistad, de irrisión y vergüenza.

¿He de ver aún ensalzada en la altura la mano fraudulenta?

¿Por quién y para qué permanecería yo allí? Retornaré a mi retiro,
pues no quiero ensuciar en el polvo el estandarte del D´s de verdad,
no venderé mi derecho de primogenitura por un guisado de lentejas,
ni mezclaré mi voz con el clamor de la mentira.

Antes que ser cachorro de fiereza prefiero morir entre los corderillos,
no he sido provisto de colmillos carniceros ni de temibles garras,
toda mi fuerza está en D´s, y, en verdad, D´s es viviente.

Como la tortuga que se refugia otra vez dentro de su caparazón,
yo me refugiaré de nuevo en la tranquila torre del espíritu,
armado de mis propias armas montaré la guardia en sus puertas,
y en el momento oportuno me levantaré y saldré para la pelea.

El Señor permanece a mi diestra y Él batirá al insolente,
con el espíritu del D´s de las batallas venceré los ejércitos.

He visto a los leones con sus melenas doradas
caer heridos a las cabezas de sus ejércitos.

Sabido es que toda carne es como heno, cuya fuerza se seca,
pues el espíritu del Señor sopla sobre ella y deja de existir.

No he ensayado mi mano a levantar amenazadoramente su puño,
ni he disipado mis fuerzas en orgías y en prostíbulos.

Para cantar en el mundo el canto del Señor he nacido,
mi cautiverio es un cautiverio de verdad, mi doctrina es un viático de justicia.

Lo mejor de mis cantos se encuentra en boca de todo hombre,
desde un extremo de los cielos hasta la otra extremidad,
al modo como la verdad sigue calladamente por su senda,
así las voces de D´s se han propagado por su íntima prestancia.

No es posible idioma ni lengua sin traducir sus sones,
pues las palabras de nuestro D´s para siempre permanecerán.

También mi nombre, que con soberbia borraron de su libro,
porque no quise macularlo con pravedad ni crímenes,
levantarase, al fin, del polvo de su ruina,
y será como el sello del omnipotente en la historia de los pueblos.

Entonces conocerán quién es el viejo pueblo nazareno entre los demás,
que vagaba entre los otros pueblos soberbios, y con sus alquitarados aromas,
aspergía pueblos y razas altaneros y potentes,
mientras purificaba los espíritus y ahuyentaba los diablos;
no los encantaba con sortilegios ni los repelía con magias,
sino con sus enseres de peregrino exilado y con la plegaria que musitaba.

No perecerás ¡oh tienda de Sem! Aun te he de reedificar
y te levantarás de entre los montones de tu ruina. Tus muros vivificaré.

Aun verás caer los soberbios alcázares, del mismo modo que caíste
en el día de la gran ruina, al derrumbarse tus torres.

Cuando restaure el Templo, destruido, del Señor
ensancharé sus velos y amplificaré sus ventanales,
a fin de que la luz impela las tinieblas,
y al levantarse la nube descienda sobre él la gloria del Señor.

Entonces verá toda carne, desde el más pequeño al mayor,
que la grama se seca, cae la flor, pero el Señor permanece para siempre.

(Extraída de:  Millás Villacrosa (traductor y compilador), Poesía Hebraica Postbíblica, Barcelona, 1953, José Janés Editor)