Dios no me ha revelado
Dios no me ha revelado en visiones de la noche
ni ningún agorero me ha vaticinado
dónde me alcanzará mi día postrero
ni cómo será mi muerte:
si expiraré en mi morada, en el lecho,
rodeado de todos mis parientes y amigos;
uno en pos de otro, vendrían a mi vera, quedamente darías su pésame,
una orla de amistad y reverencia rodearía mi lecho
y contarías mis últimos suspiros en el seno de Dios
como se cuentan los preciados joyeles.
O bien, despreciad, en abominación de Dios y de los hombres,
odiado de los amigos, tránsfuga de la familia,
en medio de una cuadra, sobre un montón de paja,
entregaré mi alma, pecadora y contaminada,
sin nadie que recoja el último aliento de mi alma,
ni ninguna mano piadosa que acaricie mis ojos moribundos.
O quizá, por mi propia avidez
de los goces regalados de la vida,
al reprimir de ellos a mi alma
y merecer el enojo del Creador, cuyos dones menosprecié,
miasma será arrojada de su presencia
del mismo modo que una cosa despreciable.
O quizá pereceré por exceso
de una diferida esperanza,
y así mi alma será desparramada
con mis amarguras y la sangre de mi corazón.
O acaso con mi última lágrima caerá
una perla de perennes destellos,
que brillará durante largas generaciones
e iluminará unos ojos que no me vieron.
O quizá, como mariposa, mi alma danzará
en torno de la llama y se consumirá en ella.
O como la llama de la bujía, la cual al terminarse el aceite
se agita en espasmos de muerte
y echa en torno larga humareda
que irrita los ojos,
hasta que de súbito se apaga ya para siempre.
O quizá se parecerá al sol antes de si ocaso,
que despide de súbito todos sus fulgores
e irradia sobre las nubes irisaciones de fuego
y dora con sus rayos las cumbres de las montañas,
mientras la vista se maravilla ante su esplendor postrero.
Quizá será cruel la suerte que Dios me depare
y al morir me envolverán en sábanas de papel
y me enterrarán en al armario de los libros;
de noche el topo roerá mis huesos
mientras el ratón desde su agujero saldrá para hacer un festín de mí.
Entonces, puesto de pie en mi sepulcro,
mi boca pronunciará la oración fúnebre del huérfano.
O quizá mi muerte se producirá estúpidamente,
sin sentido, por un camino que no esperaba:
en una noche lúgubre de invierno,
por detrás del muro de piedra,
expiraré como perro hambriento,
y la suave nieve cubrirá mi mancha negra
y borrará la afrenta del hombre y de su vida;
el último castañeteo de mis dientes, en la afrentosa muerte,
se apagará con los mugidos del tempestuoso viento.
Poesías de Jaim .N. Bialik
Traducción de José M. Millas y Vallicrosa
Sociedad Hebraica Argentina
Buenos Aires 1953