El Matmid

Por: Jaim Najman Bialik

Aún quedan en la bastedad del exilio ciudades oscuras,
en las cuales vela en secreto nuestra viaja lámpara;
aun nuestro D’s ha dejado subsistir como albaquía amplia

una brasa que arde entre la desnudez de las cenizas
y a modo de tizones arrojados fuera del hogar, aun humeantes,
unos espíritus languidecen, unas almas fláccidas,
unos seres vivos que fuera del curso del tiempo van envejeciendo
como la hierba que crece sobre tierra árida.
Si en la larga vigilia de la noche te paseas

por las calles de alguna de estas ciudades,
a la hora en que florecen las estrellas en el cielo,
susurran los céspedes y dialogan los céfiros,
oiras desde lejos una voz quejumbrosa

y tus ojos verán desde la lejanía una luz vacilante

en una ventana, y a través de ésta una figura de hombre
en una ventana, y a traves de esta una figura de nombre
que se parece a la sombra de un muerto que aún se balanceara,
se moviera, y que hiciera llegar el gemido

de los oprimidos hasta el ambiente de quietud que te rodea;
entonces tus ojos habrán podido contemplar la figura
del Matmid que en su reclusión vela hasta altas horas de la noche.
En tal mansión lleva recluso no un día,

seis años han pasado ya sobre su cabeza;

aquí floreció su primera mocedad aqui maduró su adolescencia

y aquí se marchitaron sus ojos y su faz palideció.
No un día solo sino seis años su mirada se ha paseado

a lo largo del muro, desde su sombrio rincón,
sin ver otra cosa que las telarañas colgantes y el desconchado muro,
El hambre, el insomnio, el dolor de la carne, la flaccidez del rostro,
¿qué cosa son para que él pueda inquietarse por ellas?
¿Acaso no sabe cómo estudiaban los que le precedieron?
¿Acaso no sabe que, al fin, lo coronará la gloria?

Seis años completos, años de la mocedad y de la adolescencia,
como sombra, lejos de la vida, para siempre, se han perdido;
como si la vida no hubiera alcanzado a aquella reclusión,
ni se hubiera enterado del rincón do yace el joven;
como si hubiera perecido todo ser de la tierra mable,

y se esfumara la misma naturaleza más allá de aquella prisión:
como si la tierra, de tiempo en tiempo, no renovara
sus túnicas de invierno v sus vestidos de verano:
como si el sol se hubiese apagado más allá de aquella ventana
y la casa no se favoreciera con su benéfico resplandor,
interceptado por las ramas de la tupida encina
que allí, frente a la ventana, crece solitaria;

como si no existieran días claros, noches de embeleso,

primaveras amables, seductoras,

y como si no hubieran pasado sobre nuestro adolescente,

como una sombra, tortura de la vida, seis años completos.
Muchos días le acaece a la vieja escuela hebraica

que se conmueve como una balsa agitada de repente,

pues también sus alumnos poseen un corazón que late y que ansía;
también ellos se entregan a la danza dos veces al año
y diríase que los vientos conmueven también aquellos paredones:
unas promociones de escolares llegan y otras se van,
unos jóvenes estudiantes llegan y otros salen,
unos vuelven a sus hogares en las grandes fiestas de Kippur, mientras otros se dirigen a las aldeas próximas, y allí, lejos de la mirad inquisitiva del inspector, se solazan honestamente en medio de las buenas gentes dichosas de hospedar a un futuro rabí, a los estudiosos de la Ley. También los hay que fueron expulsados de la escuela hebraica y tuvieron que volver tristemente a la casa de sus padres:
y tuvieron que volver tristemente a la casa de sus padres:
uno de ellos por haber jugado, de noche, a los naipes;
el otro por haber hablado nocturnamente con las mozas;
un tercero por haber encontrado el bedel, fumando,
precisamente en día sábado, en tal o cual lugar;
un cuarto por haber leído con disimulo, en el piso alto,
la Guía de los perplejos, de Maimónides;
a un quinto no se sabe por qué motivo se lo expulsó.
Hay quien le llegó ya la hora de prometerse
con una robusta muchacha, hija de la aldea,
mientras que otro ha llegado al buen fin de su carrera,
pues ha sido elegido rabí de una villa renombrada.
Pero hay un solo escolar que permanece inmóvil como un

poste,
quien dejó en pos de sí los sucesos y los años;

y ¿qué tiene delante? Ante él hay un muro como de hierro.
un rincón inmóvil y unos viejos pergaminos.

Traducción de
Jose M.Millas y Vallicrosa
Sociedad Hebraica Argentina
Bs As 1953