No me ha anunciado Dios

Por: Jaim Najman Bialik

No me ha anunciado Dios en un sueño nocturno
Ni me auguró tampoco un adivino

Cómo transcurrirá mi postrer día,
Qué final me depara mi destino.

¿Expiraré sobre mi propio lecho,

Escoltado de todos mis deseos.
Como de noble y santa guardia,

Y así, cual se enumeran al morir los tesoros.
Enumeraré mis sufrimientos?

¿O, abyecto y ultrajado, de Dios y hombres maldito,
Por la familia odiado, en la familia extraño,

En un redil perdido, sobre un lecho de paja,

Mi alma, impura y débil volará al infinito
Sin que nadie solloce en mi lecho de muerte,
Ni mano alguna tiemble sobre el párpado inerte?

¿O, por haber deseado

Con hambre y sed la vida,
Devolveré mi alma con desprecio,

De igual modo

Que aquel que se desprende del calzado
Todo lleno de lodo?
¿O tal vez, corrompida por las largas
Y las vanas esperas,

En el suelo mi alma se derrame

Con las amargas aguas

De mi bilis lanzada con la negra

Sangre del corazón?

Pudiera ser también que, como hermosa perla,

Ruede el alma enlazada con la postrer lágrima,
Y tiemble, y luzca, y brille, por muchos, mucho siglos
Ante el ojo asombrado del que no supo verla.
O bien, cual mariposa, muera el alma
Danzando, estremecida, en torno de la llama.
O, llama ella misma, se agite en su agonía,
Creando una ilusión a las pupilas,
Hasta que caiga, al fin, en el abismo
De las hondas tinieblas para siempre.
O, tal vez, como el sol en el crepúsculo,
Se prenderá en postreras llamaradas
Convirtiendo a las nubes en antorchas
Y encendiendo los picos de los montes,
Y el Universo todo, con asombro,

Verá la maravilla del postrer resplandor.
Pudiera ser también que, así como he vivido, moriré,
Que hasta la muerte Dios muestre su saña.
Amortajando el alma con papel

Y haciendo que me entierren en un arca de libros
En donde los roedores, la garduña, el ratón,

Terminen con mis huesos.

O diga, ya en mi tumba, la fúnebre oración,
Huérfano de mi mismo.

O, tal vez, de manera repentina y absurda
He de morir
En una noche obscura, detrás de cualquier cerco,
Como un perro famélico, en tanto que la nieve

Vaya calladamente borrando con la sangre

La vergüenza del hombre y de su vida,

Y el rechinar de dientes y mi postrer lamento
Lleve furiosamente en sus alas, el viento.